martes, 23 de febrero de 2010

El cuento del pacto con el Diablo y los pajaritos manzanillos

De: ARISTIDES UREÑA RAMOS
Florencia, 1983
A mi Madre, quien me enseñó a rezar...

El Jobo, árbol con forma de barril.

La Cruz de los Reyes era un encruce con pocas casas, que quedaba a mitad de camino rumbo a La Colorada, siendo este el cruce que llevaba al caserío de La Valdez. La historia que les contaré tuvo como escenario este lugar, como también los personajes habitantes de esa pequeña localidad.

Como bien recordarán los viajeros andantes por esos lares, en tal encruce se encontraba una casa de madera con zócalo de ladrillo y bien entejada; el color de la casa celeste añil y su propietario, don Pino Cornejo Reyes, era hombre taciturno, tan esquivo que parecía escorbútico, vestido siempre en caqui y en su cabeza un sombrero bien apretado. Se cuenta que don Pino nunca tuvo esposa, pero las malas lenguas de los moradores santiagueños decían que algo de extraño escondía dentro de su vida, un supuesto PACTO CON EL DIABLO hecho por su padre, muchos años atrás.

La verdad era que don Pino asistía a su pobre padre que, inválido, incapaz de entender y querer, continuaba su vida en espera de la llamada final. Aunque sí la demencia del pobre hombre, en vez de acabarlo, parecía que lo fortalecía cada día más y más.

Me encontré por una extraña casualidad con don Pino, pues acompañaba a mi abuelo Samuel en ocasión de una compra de propiedad, porque al parecer don Pino dejaba la casa para irse a vivir por los lados muy adentro de un caserío del distrito de Río de Jesús... y siendo don Pino muy amigo de mis abuelos, por haber servido para dar fe de las escrituras y demás actos oficiales necesarios a la familia, siendo que ejerció como escribano personal en el pasado. Ese fuerte lazo de alegamen entre las dos familia, me brindó la oportunidad de entrar en intimidad con las cosas de la familia Cornejo Reyes.

Al llegar a la gran casa de madera de don Pino, no pasaba desapercibida la gran cantidad de jaulas de birulí (carrizo de caña) colgadas en una parte del costado del portal y el gran gorgorear de los pájaros que en ellas se encontraban. Un fuerte aroma a guineo manzano inundaba el aire y en la gran hamaca que atravesaba el portal, se iluminaba la cara pálida de un anciano, con los ojos penetrantes, que interrogaban el vacío con severa mirada, de quien nunca ha recibido órdenes y al comando ha sido predestinado... era Jacinto Cornejo, padre de don Pino.

La estatura de don Jacinto, en su gran hamaca, no deja de impresionarme, su silueta de hombre salido de un armario antiguo, era como un retrato de algún terrateniente de los departamentos colombianos del siglo pasado.

Noto que los pájaros comienzan a cantar a la orden impartida por él, y el viejo anciano silva más fuerte que los mismos pájaros, que, imitando las variantes canoras del silbido producido, parecieran enloquecer dentro de sus jaulas, es aquí donde talvez debido a mi imprudente intromisión don Pino para sacarme del embarazo me dice:

---“Mi papá hace así desde hace muchos años. Todas las noches se la pasa silbando, él ha intercambiado la noche por el día”---.

Con estas palabras se acerca a su padre, creando una barrera de protección entre su padre y mi persona, aunque sí alejado de la hamaca.
Yo no pierdo la ocasión y, para salir del asombro, me dirijo al pobre anciano, don Jacinto, diciéndole:

---“Sí, pero sus melodías cuando silba son muy bonitas. ¿Qué tipo de pájaros son?”---.

Don Jacinto no me mira, ignorándome completamente y continua silbando aún con más fuerza... y es su hijo, don Pino, manteniéndome alejado, haciendo muro protectivo con su cuerpo, quien me responde:

---“Mi padre no habla desde hace muchísimos años, solo silba, duerme pocas horas en el día y la noche se la pasa silbando, junto a sus pájaros manzanillos”---.

Bueno, comprendí que el anciano padre tenía problemas de demencia y que la forma de llamar a los pájaros: MANZANILLOS, talvez era porque comían guineos manzanos y que por eso se sentía ese profundo olor de guineo por toda la casa... Me llené de valor y me lancé con otras pregunta:

---“¡Ah!, qué bien... ¿Son pájaros manzanillos, porque ellos comen guineos manzanos?---.

Y don Pino, con la cara seria, me dijo:

---“No, ellos sí comen guineos manzanos, pero no se llaman manzanillos por este motivo. Estos pájaros pertenecen a una especie muy rara, domesticados por esclavos africanos llegados a Panamá, difíciles de cazar y cuentan con la particularidad de defendernos y espantar las cosas malas”---.

Con esta respuesta, don Pino no deja otra oportunidad que el quedarme callado, porque la atmósfera que se había creado no permitía imprudencia alguna... Además, mi abuelo Samuel, que hasta ese momento, aparte de los iniciales saludos de rutina, no decía palabra alguna, me da una señal de retirada, y nos dirigimos al interior de la casa donde una rústica sala, al centro una mesa llena de papeles, esperaban nuestra llegada.

No sé cuánto tiempo pasó. Don Pino y mi abuelo Samuel hablaban y hablaban a voz baja y escribían algunas cosas a mano libre sobre los papeles y después los leían en voz alta... yo no lograba comprender nada de lo que decían, porque desde mi silla solo lograba ver el viejo Jacinto acostado en su hamaca, que silbaba delirantemente y los pájaros manzanillos que lo seguían enloquecidos de furor. Fue allí sumergido en mis pensamientos que me pude percatar de que debajo de la hamaca del anciano Jacinto había un perro echado sobre su costado, pero no se movía, parecía estar muerto, inmóvil en el piso.

En honor a la verdad, la única razón por la cual me encontraba allí era porque mi abuelo Samuel me había llevado con él, porque quería que yo viera al hombre más berraco del mundo, que quiso hacer UN PACTO con el Diablo y que fuese don Pino quien narrara en propia voz toda esa historia que él vivió, por eso mi abuelo solo me pidió a cambio de esta visita que yo guardara prudencia absoluta de estos hechos.

Pasa mucho tiempo y yo sentado en la silla, absorto en mis pensamientos, soy llamado en causa por don Pino, que me pregunta con voz autoritaria:

---“Tú, mijito..., ¿quieres saber el cuento del PACTO CON EL DIABLO?”---.

Me tomó de sorpresa y, con mucho temor, le respondí que sí, que quería saber de esa historia, si él me lo permitía.

Don Pino se acercó a mí y me abrazó por el cuello, con gesto paternal, me indujo a levantarme y acompañarlo al portal…, fue allí donde me vino el coraje y le pregunté:

---"Ese perro, ¿está muerto o está vivo?”---.

Y mi abuelo Samuel, con gran carcajada, me responde:

---¿Quién, Judas?---.

Y don Pino rápidamente, casi cubriendo la voz de mi abuelo, dice:

---"Judas es igual a mi padre, duerme de día y de noche está en guardia. No ladra desde hace muchos años y seguramente morirá solo el día que acompañará a mi papá”---.

Ya lejos de la casa, en el patio, don Pino nos invita a sentarnos en los taburetes colocados bajo un gran árbol de agualpan, mi abuelo Samuel puso dos vasos y sirvió el aguardiente fuerte, como el tizón de carbón ardiente. En menos de lo que uno piense, tiempo de tres escupidas en el suelo, la botella estaba a mitad. Mi abuelo Samuel celebraba siempre la entrada de la Semana Santa con algunos tragos y estábamos por entrar en estas festividades.

Don Pino comienza a narrar el cuento, con gran reserva, y lo que me dijo fue lo siguiente:

"El cuento del pacto con el Diablo y los pajaritos manzanillos".

Dicen que por los lados del caserío Los Valdez, y por todo el monte adentro, para Semana Santa bajaba un señor, muy guapo, hombre cabal y viril... de gran estatura, señoril, que sabía usar el machete muy bien... para tumbar monte y aplanar pleitos.

De él se decía que venía a cobrar deuda, porque era poseedor de mucho terreno valioso por los ríos que habían dentro del mismo, y de una gran cantidad de ganado de ceba... y que era inmensamente rico, muchos lo creyeron millonario.

A esta buena fama, se unían algunos bochinches sobre que toda esta fortuna venía de un “Pacto hecho con el Diablo” y que bajaba por estos lares para el periodo de Semana Santa a buscar discípulos para Lucifer. Y lo raro de todo esto es que ninguno osaba pronunciar su nombre, pues, lo llamaban por su sobrenombre: “EL CACHIMBÓN”.

Jacinto Cornejo (Mi padre), para ese entonces era un jovencito y trabajaba desde niño con la familia Reyes, que vivía en LA CRUZ DE LOS REYES.

Se decía de la familia Reyes que era de procedencia española, llegada en antaño a esta región. De hecho fueron tres los ibéricos llegados, provenientes de la misma región, PAMPLONA; uno se quedó en los caseríos de La Valdéz; otro, en el encruce; y el otro, a mitad de camino del cementerio al cruce. Pero no fue sino PLINIO REYES (mi abuelo) quien hizo mucha fortuna y construyó casa en el encruce, cuando llegó desde España ya contaba con cierta edad y se casó con una ñopa santiagueña, con quien solo tuvo dos hijos, un varón, Ignacio, y Amalia. El varón murió de fiebre a los 10 años, y AMALIA, la única hija, fue dada en matrimonio a Jacinto Cornejo, de la cual nací yo, que llevo el mismo nombre de mi abuelo.

Mi abuelo murió y dejó a su hija -mi madre- y toda su modesta fortuna a Jacinto Cornejo, mi padre, que condujo, pese a su joven edad, muy bien la herencia de la familia.

Pero, talvez por el carácter atravesado, autoritario, y el vicio de la chinguiadera, muy radicalizado en mi padre, fue que se topó con EL CACHIMBÓN... y quién sabe por cuál encanto del maligno desafió al malvado hombre. Y según cuenta la gente, fue mi padre a pedirle a este malvado hombre organizar el encuentro con el Diablo, de prodigarse lo más rápido posible para que Lucifer lo recibiera, porque tenía que proponerle un pacto muy berraco, entre hombres que no andaban con pendejadas... lo que se cuenta de este honorable encuentro es lo siguiente.

Se presentó muy de mañanita EL CACHIMBÓN a La Cruz de los Reyes para hablar con mi padre... y le preguntó si verdaderamente quería hacer este encuentro con LUCIFER, y que solo los hombres con los “cojones bien puestos” se atrevían a tal encuentro... y que si él, Jacinto Cornejo, tenía LOS COJONES BIEN AMARRADOS, COMO SOLO LOS VERDADEROS HOMBRES LOS TIENEN... a esa pregunta, mi padre, hombre arrecho y autoritario, no se echó para atrás, con voz firme al desafío respondió:

---“Mis cojones están en el sitio que solo pocos hombres poseen. Duros como corozos rayados y bien amarrados en el lugar que le merecen a un verdadero hombre veragüense”---.

A lo que EL CACHIMBÓN rápidamente le pregunta:

---“¿Y quieres encontrar al DEMONIO para hacer el Pacto con él?”---.

Y Jacinto responde:

---“Déjese de pendejada y de tantas preguntas… lléveme ya, ahora mismo, para firmar esa vaina con el Demonio en persona”---.

Jacinto estaba convencido de su imprudente decisión, fue así que El CHACHIMBÓN, visto el resultado con la fácil presa caída en su red, con mucha serenidad, comienza a explicarle los pasos que había que seguir, porque en juego estaban el alma de Jacinto y todas sus riquezas. Y fue así que comienza a explicarle a mi padre lo que tenía que hacer, porque las cosas que tendría que hacer tenían que ser llevadas al pie de la letra, sin ningún equívoco... es así que le da las siguientes instrucciones:

---“Tú tendrás que pasar cuatros noches durmiendo solito, sin ninguna compañía, encaramado en un árbol de JOBO, te treparás a él apenas comience la oscuridad y bajarás al primer canto de gallo. No podrás bajar por nada del mundo, pase lo que pase y lo más importante es que iniciarás el Martes Santo, porque el Viernes Santo en la noche te encontrarás con el Diablo, que se presentará para firmar el PACTO contigo... ¿Entendiste todo?"---.

Jacinto responde:

---“Sí, entendí..., pero ¿el palo de Jobo, lo escojo yo... O Ud. me indica cuál?”---.

A lo que EL CACHIMBÓN le respondió:

---“El palo de JOBO lo escoges tú, pero tiene que estar dentro de un potrero que sea de propiedad tuya”---.

Fue por eso que mi padre escogió el palo de JOBO secular, que se encuentra aquí, en el cruce de La Cruz de los Reyes, en el barranco que hace de cerro después de la quebrada camino a La Valdez. Y que muchos llaman el BARRIGÓN por su forma de barril, típico del palo de jobo.

Dicho y hecho.

Primera noche...

Martes Santo.

Y así fue que llegó el Martes Santo... mi padre estaba listo para la prueba... y, llegando la oscuridad, se subió al palo de JOBO, buscó la rama más fuerte y allí se acomodó a esperar pasar la primera noche... No sabía cuánto tiempo había pasado, cuando a golpe de tres de la mañana comienza a sentir que el palo temblaba y fuertes rumores de hojas que se mecían al viento, como si alguien saltara de rama en rama... él, con los ojos cerrados, se abrazaba a la rama, para encontrar coraje, pero del fuerte rumor se pasó a una bulla de voces, como si alguien se estuviera peleando... y abrió los ojos y se puso a observar de dónde venía toda esa confusión... y lo que vio fue una especie de niños cabezones, de piel verde, de orejas largas y cola de ratón, que se guindaban de rama en rama y trataban de hacerlo caer al suelo… Eran LOS DUENDES, que trataban de morderle las piernas y los brazos, desgarrar la camisa y lo mecían violentamente, para que se cayera de la rama... Mi padre, asustado, no sabía qué hacer y se abrazaba lo más fuerte posible a la rama, porque no quería caer. Fue así que, ya al extremo de sus fuerzas, se puso a tirarles patadas y puñetes, con todas las fuerzas que tenía dentro... no se sabe cuánto tiempo había pasado, cuando, desde las entrañas de la madrugada, se oyó desde lejos un CANTO DE GALLO, el primero, y como por encanto, los DUENDES comienzan a retirarse, moviendo violentamente las hojas del árbol.

Y la mañana se despertó con el canto de los demás gallos... fue así que mi padre Jacinto bajó del palo, agotado, bañado en sudor, y su cuerpo estaba todo arañado. Como si se hubiera caído en un matorral de espinas... se acomodó el cuerpo, con los pocos trapos que lo cubrían y se encaminó hacia su casa, donde lo esperaba mi santa madre, que se la había pasado rezando toda la noche por él, porque ella, siendo muy religiosa, no compartía las decisiones porfiadas de mi padre.

Mi padre trató de reposar para enfrentar la segunda noche del Miércoles Santo… se pasó todo el día tratando de dormir, con espasmos incontrolados del cuerpo que lo despertaban constantemente. Hasta que la oscuridad llegó.

Segunda noche...

Miércoles Santo.

Se subió al palo de JOBO rápidamente, pero esta vez se había llevado una soga para amarrarse a la rama, porque tenía miedo, visto el poco reposo, de que le faltaran las fuerzas para enfrentar la violencia de los Duendes… y, entre despertar y dormir, llegaron las tres de la madrugada... y, como si tuviera pegado un oído a la rama, siente que desde el interior del palo de jobo algo se movía, produciendo rápidas sacudidas al árbol, los violentos espasmos producían un gran trajín entre las hojas y las ramas... él cerró los ojos y se abrazó lo más fuerte posible al árbol, y sintió que algo lo tocaba, como si fueran hilos para amarrar raspadura, eran como hilos deshilados, que le producían al contacto con su piel una especie de escalofrío ---se atrevió a abrir los ojos--- y vio que lo que estaba tocándolo eran pelos blancos y largos que venían de una cara de mujer anciana, con nariz en forma de pico de perico, con orejas de chivo y un par de ojos blancos que parecían de vidrio, en la boca tenía dientes de jabalí... había varias, y estas mujeres saltaban como pájaros nocturno de rama en rama. Eran las Tuliviejas que comenzaron a chillar y berrear como animales, y que pasaron de tocarlo a tratar de hacerlo caer con violentos movimientos, y a arañarlo con sus largas uñas y picos en forma de perico... además, ellas no estaban solas, las acompañaban algunas lechuzas de pico azul fosforescente, que también ayudaban a las Tuliviejas golpeando y picando a mi pobre padre. El árbol se estremecía de lado a lado y la lucha se ponía cada vez más feroz y violenta.

Mi padre no se había caído gracias a que estaba amarrado, pero ya casi listo para rendirse, le vino una fuerza desde las entrañas y se puso a gritar grosería:

---“Viejas hijas de puta, mariconas, pendejas al servicio del Diablo, conchudas, malditas putas, cabronas de mierda”---.

Siguió gritando obscenidades, eso le daba alivio a las heridas que las Tuliviejas y las Lechuzas le procuraban... no se sabe cuánto tiempo pasó, hasta que un gallo cantó en el medio de la pelea, avisando el final de la madrugada y poco a poco las Tuliviejas se retiraron a la llegada de la luz de la mañana... Mi padre, herido y con las pocas fuerzas que le quedaban, se desamarró y bajó del palo de Jobo y se encaminó con mucha fatiga hasta la casa... Mi madre le curó las profundas heridas y, sin tocar comida alguna, Jacinto se durmió del agotamiento que tenía. Y mi madre rezó todo el día.

Tercera noche...

Jueves Santo.

Y llega el Jueves, el penúltimo día... Mi padre se presentó y se encaramó al palo, pero parecía que ya las dudas sobre si continuar la pelea o no lo importunaban..., pero subió y se amarró lo más fuerte posible a la rama y esperó que los aconteceres llegaran. Y así fue... Mi padre se había dormido, porque estaba muy cansado, pero lo despertó una violenta tormenta de lluvia y viento... de improviso la noche se puso más oscura de lo usual, no se lograba ver nada, la oscuridad era horrenda... y la lluvia venía disparada del violento vendaval con una energía inusual, era tal la fuerza del viento, que parecía que las raíces de árbol estaban por arrancarse de la tierra y la inclemente tempestad aumentaba cada vez más y más, siempre más fuerte... no se sabe cuánto tiempo pasó, cuando de repente el ventarrón y la lluvia cesaron de caer, un misterioso silencio invadió la noche.

Mi padre, desconfiando de este silencio, se abrazó fuertemente a la rama, esperando un cambio imprevisto... y comenzó a oír, a través del oído que estaba pegado a la rama, que algo se movía desde el buche del Jobo y que venía subiendo desde la parte inferior, este sonido venía acompañado de un fuerte hedor a agrio, como quien ha quemado azufre... el olor era tan intenso que quemaba los ojos, y no dejaba respirar. Y fue allí, en la quietud de la oscura noche, que mi padre sintió que delante de él había una extraña presencia, que no lograba ver, pero sentía a través de un zumbi'o de leña ardiendo y olfateaba por la tremenda hediondez que emanaba... de repente... abre los ojos y ve que delante de él está un hombre enorme, muy alto, que estaba en pie y completamente desnudo, era blanco, como larva de gusano, era como si fuera un enorme hombre albino, que se alumbraba con luz propia, como un bombillo... y repentinamente se incendió por los costados como una hoguera, iluminando el ramaje. Sus ojos se trasformaron en dos tizones ardientes y los cabellos, como trapos de guaricha encendidas, le dibujaban una especie de moño en forma de caballera ardiente…

El hombre se acerca a mi padre, que sudaba por todos los poros del cuerpo, y abriendo los brazos, como quien quiere abrazar a una persona, con voz de niño ñañeco y de marica en culecos tableños le pregunta:

---“¿Tú eres el hombre berraco que quiere hacer el Pacto con mi padre LUCIFER?”---.

Era el hijo del mismo Diablo... Mi padre, no se sabe cómo, se desamarró y se tiró al suelo y comenzó a correr con todas las fuerzas del mundo, sin mirar hacia atrás, tanto era el culillo que le había venido que no había matorral ni cerca de púas que lo detuvieran... dicen que nunca han visto correr tanto a un hombre como lo había hecho mi padre y desapareció en las tinieblas de la oscuridad.

Y fue así que, como a golpe de 9 de la mañana, mi madre, preocupada porque no veía regresar a mi padre, se fue a la casa de nuestro tío Pamplona, para que la acompañara a buscarlo... a las 12 del mediodía encontraron a mi padre, a 15 minutos de camino, bajando la quebrada... estaba tirado en la orilla, cubierto por un mantel de mariposas amarillas y anaranjadas, con pájaros que giraban en vuelos concéntricos sobre su cuerpo y que enloquecían al silbido de mi papá, que silbaba y silbaba sin moverse, tirado en el suelo, con una mirada ausente, como la de un demente retardado… de allí lo recogieron y se lo llevaron para la casa acompañados del trinar de los pájaros, del aleteo de las mariposas y de los rezos que mi madre, con lágrimas en silencio, pronunciaba.

Yo para ese entonces estudiaba en la Escuela Normal de Santiago, pero para las fiestas me quedaba en casa de mi tío Pamplona, porque por esos lares vivía una amorosa mía... así que ese día, viernes en la tarde, llegué con la intención de quedarme allí, porque tenía una cita nocturna con esa jovencita... fue allí que mi tío me puso al corriente de todo... Pero yo en aquel entonces no creía en nada de estas cosas de supersticiones y cuentos... así que le dije a mi tío que se dejara de pendejadas, de cuentos de duendes, brujas y diablos, y que yo llegaría a casa el sábado temprano, porque tenía que hacer cosas más importante que atender las locuras de mi padre e invenciones de mi madre... y así fue.

En tanto mi santa madre, preocupada por lo que había sucedido, comenzó a prepararse para esa noche de Viernes Santo y, siendo mujer conocedora de todos los secretos de nuestro pueblo, colocó a mi padre en su lecho y puso debajo de la cama, como a su alrededor, jaulas de birulí con los misteriosos pájaros manzanillos dentro. Y se retiró a rezar, con el escapulario protector del Cristo del Nazareno de Atalaya amarrado al cuello y la estampilla de Nuestra Señora Inmaculada.

Cuarta y última noche...

Viernes Santo...

Nunca se supo lo que pasó esa noche, pero, por lo que le diré ahora, podemos imaginarlo.

Yo llegué a La Cruz de los Reyes el sábado en la mañana, muy temprano y lo que encontré es algo horrible, además de indescriptible.

No existía mi casa, había desaparecido, en el lugar donde supuestamente tenía que estar había solo tierra quemada, como si hubiera pasado por ese lugar un violentísimo huracán tropical. Al centro de este asedio desarraigado se había formado una cuesta de tierra desnuda de lodo y fango, arriba de este cerrito la única señal de vida era el lecho de mi padre, con las jaulas debajo, con el mismo orden en que las había colocado mi madre; y él, mi padre, acostado en su cama, cubierto de mariposas amarillas y anaranjadas, silbaba fuertemente, con las jaulas alrededor que tenían dentro los pájaros manzanillos, que gorgoteaban como poseídos del delirio canoro.

El Diablo había venido el Viernes Santo como habían acordado para cerrar el PACTO de honor con mi padre y se llevó todos los bienes, aquellas riquezas que con duro trabajo y mucho sacrificio había sudado en toda su vida, sin dejarle nada en su poder.

Además, el Diablo incluyó en su botín de saqueo a mi madre, porque desde ese momento nunca logramos encontrarla. Porque cuando se hace un Pacto con LUCIFER no hay forma de deshacerse de la palabra dada.

A los días de esta desgracia, encontramos a nuestro perro, que para ese entonces era un cachorro, como único sobreviviente junto a mi padre Jacinto, el cual viendo la mala parada de la llegada de Lucifer había salido huyendo, poniendo "patitas pa' qué te quiero”, abandonando a mi padre... y por eso le pusimos el nombre de JUDAS. Pues, traicionó a su Señor al momento de la berraquera.

Y así terminó el relato...

Bueno, don Pino me mira y achurra los ojos, me pone su mano izquierda en mi hombro y con voz firme me dice:

---“Oiga mijo... ¿Ud tiene los COJONES bien puesto, como los hombres berracos?”---.

Un temblor me sacudió todo el cuerpo y rápidamente le contesté:

---“Déjese de vainas... ¿Cuáles cojones?.. ciruelas micoyas y sin rayas, solo traqueadoras, eso es lo que tengo”---.

Don Pino se levanta de su taburete y se encamina a la cerca que da a las afueras de su casa, siendo este la invitación a irnos, pero me espera... y, caminando lentamente junto a mí, me dice:

---“Si tú tienes necesidad de dinero o cualquier cosa, vente para acá, que la solución la encontramos”---.

Frente a las gentiles palabras de don Pino, pensé que estaba ante una persona verdaderamene amable y con la que se puede contar al momento de necesidades, pese a todas las cosas feas que en su vida ha pasado... pero le respondo:

---“Gracias don Pino, Ud. es muy amable, pero no necesito nada, además, le agradezco por haberme contado este cuento de Semana Santa”---.

Fue con las carcajadas de mi abuelo Samuel y de don Pino que terminamos la conversación y nos dirigimos a la carretera del Cruce para regresar a Santiago. Despidiéndome de don Pino, que me invitaba a que regresara cuando quisiera.

Ya lejos de La Cruz de Los Reyes, mi abuelo Samuel, que había mantenido un silencio meditativo, debido a los traguitos, me dice lo siguiente:

---“Hiciste bien en responderle que no necesitabas nada, porque muchas cosas que don Pino te ha dicho no son verdad”---.

Mi sorpresa fue enorme, no sabía a qué parte del cuento se refería, porque fue por voluntad de él mismo que fui a escuchar a don Pino, pero mi abuelo Samuel continúa:

---“Doña Amalia era una santa mujer, muy religiosa y nunca estuvo de acuerdo con las locuras del marido, por eso rezaba mucho y lo sigue defendiendo... y gracias a ella es que don Jacinto está vivo y sigue combatiendo contra el Demonio”---.

No comprendía lo que me decía mi abuelo Samuel, es así que le pregunto:

---“¿Entonces, a doña Amalia no se la llevó el Diablo, porque, siendo religiosa, la salvaron sus rezos?”---.

Y mi abuelo seriamente respondió:

---“Cuando se hace un pacto voluntario con el DIABLO no hay rezos que valgan... a ella se la llevó el Demonio, pero si observas bien, los fuertes vientos que se trasforman en remolinos en estos días de Semana Santa, es Amalia que regresa desde el Purgatorio a seguir la lucha contra el maligno y la fuerza de la pelea entre ellos es así tan dura que los remolinos destruyen todo lo que encuentran por delante, porque esta batalla todavía no ha terminado, gracias a esa santa señora, que, como gran madre, defendió su familia y no se dejó convencer de las fáciles palabras malditas de Lucifer”---.

Las palabras de mi abuelo me hacían estremecer desde dentro y no sabía si temer o continuar con la conversación o terminar todo aquí..., pero tratando de buscar una lógica a todo este cuento y no hacerme llevar por las supersticiones y poner orden cierto a mis pensamientos le pregunto:

---“¿Pero, abuelo, don Pino, el hijo, no ha hecho nada para resolver esta situación?”---

La respuesta fue inmediata:

---“Cállate, cállate y escucha lo que te diré... ¿te diste cuenta que don Pino no se acercaba a su padre, se mantenía a distancia? En mis tantas visitas que he hecho a su casa nunca ha tocado a su padre, como si los pájaros y las mariposas le hicieran una campana invisible y protectora, y que ninguno puede traspasar. El pobre Jacinto Cornejo continua su batalla contra la presencia del Demonio y sus aliados..., porque para mí el supuesto don Pino está poseído en cuerpo y alma por el mismo CACHIMBÓN en persona, que sigue buscando discípulos para Lucifer”---.

ARISTIDES UREÑA RAMOS

Florencia, 1977 / Publicado en 1983

- “Cuentos para niños grandes”.

3 comentarios:

  1. Cada vez que leo uno de tus cuentos, me transporto inmediatamente a nuestro Santiago querido, a aquella epoca en que todavia podiamos tocar el cielo con las manos, cuando la magia de Santiago todavia nos tocaba. Me encanta como escribes, tienes la habilidad de matizar tus historias con el vocabulario de "rigor" de aquella epoca,con todo el surrealismo y la fantasia con que la vida cotidiana en Santiago se mezclaba, con la jocosidad de aquella epoca, en donde casi nunca las cosas se tomaba muy en serio. tu acercamiento al mundo animista en que se desenvuelven tus tradiciones es reflejo de ese mundo de ensueno y magia que vivimos en Santiago y que todavia resuena dentro de nosotros
    Te felicito, sigue escribiendo, me encantan las historias.

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  2. Aristides, de pequeña viví, aunque por poco tiempo, en Arraiján. A la casa venía una lugareña a planchar la ropa de la familia y yo aprovechaba para pedirle que me contara algún cuento "asusta-niños" que hacían volar mi imaginación. Tú cuento tuvo ese efecto en mi. Retrocedí a esos tiempos felices de mi niñez. Gracias por darnos el placer de leer algo tan nuestro que es parte de nuestras hermosas tradiciones.Saludos, Azucena

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  3. El que mas consulta sin duda optiene como resultado equivocarse menos, le preguntaba a ami papá sobre esos pasajes del cuento y me dijo que son totalmente ciertos, me gustaria disringuido caballero que los plasmara en un libro inedito, para que perdueren por siempre en nistra querigda provincia y todo Panamá, comonlo ha hecho don aEfevo Diaz, con au libro las insurrecciones del arcoiris, de la escuela Normal a las guerrillas de Cerro Tute. Saludos amigo y que Dios lo cuide siempre. Un fuerte abrazo.

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